LA POLÍTICA HOY: ¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?

Latinoamérica y otras regiones del mundo están siendo sacudidas por eventos drásticos de opinión pública. El detalle para nada minúsculo es que su procesamiento nada o poco tiene que ver con el ejercicio de la política. Todo lo contrario. Pareciera que la violencia es el camino más frecuente e indicado para drenar las frustraciones colectivas, en torno a modelos político-económicos nacionales que no han sabido dar respuestas adecuadas a las necesidades de la población sino más bien a grupos particulares asociados al poder que terminan aislándose de lo aspiracional del imaginario popular.

El reconocido politólogo norteamericano Samuel Huntington en su célebre hipótesis sobre el futuro de la humanidad esbozó el “choque de civilizaciones” como un enorme riesgo potencial entre los contrastes de la globalización y las culturas nacionales.

Hoy día, con lo ocurrido en México con el hijo del “Chapo” Guzmán, donde un grupo de narcotraficantes pone en jaque a la autoridad del Estado, las revueltas desatadas en Chile que han concentrado la furia de miles de manifestantes, la situación de Venezuela que es harto conocida en todo el hemisferio y más allá y más recientemente, el resultado electoral en Bolivia que a decir por lo menos, presenta dudas razonables que merecen ser aclaradas ante las reacciones populares que se han suscitado; nos muestran un panorama que cuestiona la factibilidad del ejercicio de la política en la solución de lo aspiracional y las diferencias de pensamiento entre los ciudadanos nacionales. Inclusive, nos llevan a reflexiones más profundas sobre si la noción de Estado sobrevivirá ante tantas discrepancias convertidas en violencia política.

Lo interesante del fenómeno es que el cuestionamiento, salvaguardando las particularidades, se da hacia gobiernos de indistinto signo ideológico, por lo tanto, más allá de las críticas que interesadamente se hacen hacia los modelos socioeconómicos, pareciera que fuese más allá, hacia algo que la humanidad ha tratado de controlar desde épocas remotas y que ha costado millones y millones de vidas y revoluciones por doquier: la fenomenología del poder, su naturaleza y diversas formas de manifestarse. Institucional o no institucionalmente hablando.

Y a pesar del tiempo transcurrido, la “ley de hierro de la oligarquía” planteada por el politólogo alemán, Robert Michels, sigue cobrando una vigencia especial que pudiera servir de marco a las situaciones explosivas que estamos viviendo en pleno siglo veintiuno. Las organizaciones políticas llegan al poder con grandes expectativas por parte de la población. Con el transcurrir del tiempo, se burocratizan y se van alejando de las aspiraciones colectivas para concentrase en las aspiraciones de grupos; socializando las pérdidas y privatizando las ganancias vinculadas a los Estados.

Aquí se incorpora el elemento pendular de las crisis que con recurrencia afecta directamente a las poblaciones nacionales que no encuentran en la política, la manera de plantear sus necesidades colectivas y sobreviene la violencia pendularmente.

En tal sentido, ¿se está agotando la política como herramienta para dirimir diferencias de manera institucional y poner límites al poder? ¿O es la manera de practicarla? ¿Son los conflictos entre la globalización y las costumbres locales los que están generando está tensión? ¿Qué tiene que ver con esto, la hipótesis planteada por Moisés Naím acerca del debilitamiento del poder en todos los sentidos durante las últimas décadas? ¿Se puede construir o reconstruir un nuevo orden mundial a partir del caos? son muchas interrogantes que están surgiendo ante las actuales circunstancias y no están encontrando respuestas rápidas y adecuadas.

La ciencia y la tecnología actuales han impulsado en menos de un siglo la evolución y la revolución del estatus de desarrollo de la humanidad; pero, tristemente, la política pareciera ir en dirección contraria. Hacia una involución que deteriore las condiciones de convivencia globales en la Tierra. Necesitamos pensar en esto y reflexionar con cierta urgencia.

 


 

Politólogo

Piero Trepiccione

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